Ganó, pero lloró

Solía pensar que ganar significaba perseguir rachas—¡tres triunfos seguidos!—hasta que mi abuela me dijo: ‘Niña, no se coge la fortuna; se coge el silencio.’ Crecí en el South Side de Chicago, donde el jazz salía por las ventanas como incienso en un festival del Año Nuevo. Mi madre me enseñó: cada mano es una oración. El RNG no trampa—pero no le importa si rezas o no. Jugaba con apuestas de $10 tras el trabajo, no para ganar grande, sino para recordar cómo avanza el tiempo. Treinta minutos máximo. Luego me alejé por el pasillo oscuro y vi cómo subía la humareda sobre mesas vacías. El tema ‘Fu Niu’? No es sobre dragones o linternas doradas. Es sobre quién queda atrás cuando la música se detiene: el jugador tranquilo que ve patrones antes de convertirse en tendencias. Me uní a un grupo privado llamado ‘Soul Baccarat Circle’. No publicamos victorias—publicamos lágrimas. Compartimos nuestras ‘historias de mala suerte’ porque a veces perder es lo único que siente sagrado. No necesitas altas apuestas ni códigos bonificados. Necesitas presencia. Esta noche, volví a estar solo—sin apuestas puestas—and dejé que el ritmo me encontrara.